Violencia vial: los factores psicológicos y sociales que explican la agresividad al volante

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La congestión, el estrés y la falta de regulación emocional son detonantes clave en la violencia vial, un fenómeno en aumento en Chile. Académicas de la Universidad de La Serena explican cómo se gatillan estas conductas y por qué es urgente abordarlas.

En medio de tacos, bocinazos y maniobras imprudentes, la violencia vial se ha convertido en un problema cotidiano en las grandes ciudades, con situaciones tan graves como el asesinato de una conductora en Concepción, tras un conflicto producido luego de una maniobra de adelantamiento.

Expertas de la Universidad de La Serena advierten que tras los insultos, persecuciones y enfrentamientos al volante se esconden factores psicológicos y sociales que intensifican la agresividad, poniendo en riesgo la seguridad de todos.

La conducción en Chile ya no es solo un desafío de tránsito. Para Paola Dinamarca, Directora de la Escuela de Psicología de la Universidad de La Serena, la violencia vial refleja una compleja interacción entre impulsividad, baja tolerancia a la frustración y falta de control emocional.

La académica, quien es Magíster en Psicología Social, afirmó que “muchas personas reaccionan de manera desproporcionada ante tacos, semáforos o maniobras de otros conductores. La baja autorregulación emocional hace que emociones como la ira o el miedo se transformen en insultos, bocinazos y conductas temerarias. Incluso se puede llegar a interpretar el actuar de otro como una ofensa personal, lo que genera hostilidad”.

Dinamarca advierte que la percepción de anonimato dentro del vehículo también actúa como un desinhibidor. “El auto se convierte en una especie de escudo. Conductas que no se tendrían cara a cara se expresan detrás del volante, y eso eleva la probabilidad de agresión”, agregó.

A estos factores psicológicos se suman los sociales. Según la especialista, las normas culturales que legitiman la agresión, la imitación de modelos familiares y la competitividad en la vía son determinantes. “En algunos contextos, ser agresivo al volante se normaliza, casi como un símbolo de viveza o de superioridad. La congestión, la mala infraestructura y la falta de fiscalización refuerzan esta percepción de impunidad”, señaló.

El estrés cotidiano es otro elemento clave: “Un conductor estresado tiene un umbral de tolerancia más bajo. Frente a un retraso o bloqueo, puede responder con insultos, aceleraciones bruscas o incluso confrontaciones físicas. La frustración de no cumplir metas inmediatas, como llegar a tiempo al trabajo o dejar a los hijos en la escuela, incrementa la irritabilidad y favorece reacciones explosivas”.

La académica enfatiza que estos factores suelen potenciarse: “Estrés, frustración y baja autorregulación emocional son un cóctel que dispara la probabilidad de violencia vial. Y en un entorno de congestión, ese malestar se acumula, generando lo que en psicología llamamos ‘contagio social’, donde la agresividad de un conductor desencadena la de los demás”.

Por su parte, la Doctora en Psicología, Susan Galdames, académica de la Universidad de La Serena, complementó que la violencia en las calles responde a mecanismos propios de la psicología social. “Cuando un grupo de personas se deja llevar por la hostilidad colectiva, la responsabilidad individual se diluye. Eso mismo que ocurre en estadios o barrios también puede pasar en el tránsito, donde los conductores sienten que el grupo valida sus conductas agresivas”, detalló.

Ambas especialistas coinciden en que prevenir la violencia vial requiere no solo medidas de infraestructura y fiscalización, sino también educación emocional y cambios culturales. “Lo que está en juego no es solo la seguridad vial, sino la forma en que como sociedad decidimos resolver nuestros conflictos. Normalizar la agresividad en la conducción abre la puerta a consecuencias fatales”, concluyó Paola Dinamarca,

Por su parte, Galdames, enfatizó que este fenómeno excede lo vial y se relaciona con dinámicas sociales más amplias: “Lo que está en juego no es solo la seguridad, sino la forma en que como sociedad decidimos resolver nuestros problemas. Cuando normalizamos la violencia colectiva, el riesgo es que cualquier diferencia pueda terminar en un hecho fatal”.